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Historias de agua

El Valle donde hoy se ubica la CDMX tiene una relación estrecha con el agua, la cual en la actualidad se encuentra en riesgo por un mal manejo. Para entender mejor la situación te invitamos a leer nuestras Historias de agua.

El desarrollo de esta serie es posible gracias al apoyo de Oxfam México, en quienes hemos encontrado una organización aliada con la que compartimos una visión en común, donde el acceso equitativo al agua y la reducción en la desigualdad a través de la captación de lluvia, es posible.

¿Cómo vivir sin agua?

El motor de las pipas anuncia la llegada del agua a Tehuixtitla y los vecinos salen de sus casas para recibir los 400 litros que llenan sus tambos cada ocho días. Los conductores maniobran cuesta arriba con 10 mil litros de carga y comparten camino con los burros que suben y bajan llevando agua a las casas desde la bomba al pie de la colina. Las familias buscan la manera de aprovechar cada gota para subsistir hasta la semana siguiente.

El acceso al agua en la población de Tehuixtitla, ubicada en la Delegación Xochimilco de la Ciudad de México, está lejos del índice recomendado por la Organización Mundial de la Salud, el cual determina que cada persona debería de contar con entre 50 y 100 litros diarios para cubrir sus necesidades básicas, incluyendo de manera general el agua de beber, el saneamiento personal, la preparación de alimentos, la limpieza del hogar y la higiene personal 1. Si estos se respetaran, la cantidad de agua que llega semanalmente a cada lote en Tehuixtitla duraría solo un día en una familia de cuatro o cinco personas.
Josefina Soto espera la llegada del agua y como todos los miércoles, vigila que sus tambos se llenen hasta la medida acordada con la Delegación. También cuida a sus nietos, a quienes no pudo ir a dejar a la escuela para no correr el riesgo de perder la pipa, y con ella el agua con la que cuenta para abastecerse una semana. Nació en Michoacán y llegó a Tehuixtitla cuando encontró un terreno que podría comprar en el cerro al sur de la ciudad, desde entonces ha visto a la tierra cubrirse de concreto con casas y caminos como los que recientemente construyeron entre vecinos para facilitar el paso de las pipas.
También ha sido testigo de la llegada de los servicios de luz y teléfono, pero el acceso al agua representa todavía un desafío que requiere de tiempo y recursos económicos para familias como la suya, que habitan un cerro reconocido como Suelo de Conservación, donde se requiere de convenios internos entre el comité vecinal y la Delegación para gestionar el acceso a los servicios más básicos, y llegar a acuerdos como el número de pipas gratuitas que llegan una vez por semana.
“A veces no nos alcanza y tenemos que ir a comprar o a cargar. Ahorita estamos viviendo seis, entonces nos juntamos entre vecinas para comprar una pipa de 10,000 litros que está en 1200 pesos, o cuando ya no tenemos pedimos del burrito que vende a 40 pesos los cuatro botes de 20 litros, pero se necesitan dos burritos y medio para llenar un tambo y es un dinerito que hay que soltar cuando no lo tenemos. La tenemos que cuidar, si lavamos acaparamos el agua para el baño o para lavar el patio. No la tiramos porque es lógico: si para todo la usáramos limpia nos quedaríamos sin agua”, cuenta Josefina, mientras utiliza una cubeta de banco para asomarse a uno de los dos tinacos al centro de su patio.

En la esquina del estrecho callejón, el conductor vacía el agua de la pipa en los tambos alineados sobre la calle y recibe cinco pesos de cooperación por cada uno de ellos. Algunos los apoyan sosteniendo la manguera mientras otros comienzan a acarrear con cubetas el agua que almacenarán de alguna manera dentro de sus casas. Aquellos que tienen bomba toman turnos para enchufarlas al contacto que cuelga de un poste, y comienzan bombearla en un sistema de manguera, que se asoman entre el concreto.

Rodeada de cubetas y galones que son parte del repertorio de recipientes donde almacena el agua, Josefina pasa litros de uno a otro para enjuagar algunos y volverlos a llenar con el agua que llega. Aparta unas cubetas para la lavadora y comienza con una tanda de ropa blanca “que no esté tan sucia”, para así utilizar la misma agua en la siguiente tanda de color, y posiblemente en la siguiente también. Para cocinar acarrea el agua en la bomba que se encuentra hasta abajo del cerro, pagando 20 pesos a los bochos anaranjados que funcionan como taxis de personas y de garrafones. La de la pipa, asegura, no es buena para la comida “porque es tratada, viene amarilla, sucia y ni aunque una la ponga a hervir”.

Pipas, tambos, litros, cisternas y burros son parte del lenguaje cotidiano en Tehuixtitla donde acceder al agua implica mucho más que el sencillo acto de abrir una llave. También se habla de lluvia, y se añora en los meses secos como diciembre. Hace cuatro años la mayoría de los vecinos instaló un sistema de captación de agua de lluvia con apoyo de Isla Urbana, la organización no gubernamental que ofrece instalaciones de bajo costo aprovechando la infraestructura de cada casa: el techo como recipiente idóneo para “cosechar la lluvia” y un tinaco o cisterna de mínimo 2500 litros para almacenarla. Y de no contar con uno de estos, se instala a precio accesible.

La adquisición, instalación y operación del sistema depende en gran medida del compromiso y participación de las familias que lo adquieren, pagando también un pequeño porcentaje del costo del sistema que puede subsidiarse gracias a la colaboración de Isla Urbana con otras organizaciones, fondos internacionales e instituciones de gobierno. Después del primer contacto de la organización con la comunidad en el que se presenta la problemática del agua en México y el funcionamiento del sistema de captación pluvial, el equipo técnico realiza una visita a cada casa para garantizar la viabilidad de la instalación. Una vez colocado el sistema, se capacita a la familia para asegurar el funcionamiento del “Tlaloque”, pieza central del sistema que separa el agua que limpia el techo con las primeras lluvias, del agua limpia que pasará al tinaco o cisterna para uso y almacenamiento.
“Cuando llueve captamos el agua y con esa nos mantenemos, pero como ahorita ya el tambo se nos esta acabando tenemos que pedir agua”, comenta Josefina. Los vecinos que almacenan el agua de los mismos aguaceros que inundan cada año la ciudad, pueden prescindir de la pipa y del burrito en temporada de lluvia, y el uso consciente del agua persiste en las prácticas cotidianas de las familias que conocen lo que es vivir sin agua.

Según el estudio publicado por el Banco Mundial en 20132, el 8,4% de la población del Valle de México no tiene acceso al servicio de agua. Esta población es la más carente de recursos y paga por agua un valor promedio de 20 pesos por un tambo con capacidad de 200 litros, lo que corresponde a 14 veces lo que pagan por metro cúbico los usuarios conectados al servicio. Se estima, entonces, que el costo económico total asumido por la población sin servicio es anualmente $9200 millones, es decir que el 28% del costo de ineficiencia es asumido por la población. Éste costo, además, representa entre el 6 y el 25% del salario de las personas, cuando el Programa Conjunto de Seguimiento de la OMS y UNICEF reconoce que el coste del agua no deberá superar el 3% de los ingresos de la unidad familiar.

A falta de pipa, burritos.

Don Ángel Gilbón tiene 75 años y es originario del Estado de México, llegó hace 11 años a Tetacalanco, cerro vecino de Texhuititla, también reconocido como Suelo de Conservación. Los miércoles espera a que las pipas que transitan por el cerro desocupen el camino para emprender el camino con “Coneja” y “Liebre”, el par de burros con los que carga agua para abastecer a su familia de diez integrantes. Entre viajes de media hora, baja a la bomba de agua para regresar a casa con 80 litros a bordo de cada burro y vaciarlos en un tinaco. Un trayecto que repite entre tres y cinco veces al día, con paso lento y firme por el camino de terracería dirigiendo a sus burros con un palo, alerta a los autos con los que comparte camino.

Por su barrio pasa una pipa de 5 mil litros, pero el camino de terracería no le permite llegar hasta su casa, donde tampoco cuenta con espacio suficiente para almacenarla. Por eso, desde hace dos años, mantiene cada uno de los burros con 150 pesos semanales que gasta en alimento para que estén fuertes.

El camino que recorre Ángel tiene el rastro de esfuerzos inconclusos del Gobierno y promesas abandonadas para abastecer de agua a la colonia. “Supuestamente, el tanque va a quedar allá, pero nomas nos prometen”, señala camino arriba, “ya hasta tenemos drenaje y tomas, pero falta el agua. Ya tienen años y cada vez que entra un partido para que votemos por él y luego nos abandona”.

Al llegar a su casa, salen sus nietos a recibirlo y ayudarlo a vaciar en un tinaco los tambos de agua que pronto volverá a llenar en el siguiente viaje. Esa agua la usan para cocinar y bañarse a jicarazos sobre una tina que capta el agua utilizada para usarla de nuevo en el baño.

“Antes caían aguacerazos y nunca juntábamos el agua, ni siquiera para el baño. No la valoramos hasta llegar aquí, donde vine a sufrir de verdad, a sentir lo que es no tener agua”, cuenta Sonia Hernández, la esposa de Ángel quien también es originaria del Estado de México, “pero ni modo, tenemos que enseñarnos a reciclarla, se aprende a vivir así y a valorar el agüita que hay. Como tenemos techo de lamina y de cartón, cuando es tiempo de lluvia también tenemos la que se junta. En los primeros aguacerazos cae agua sucia, pero ya después cae limpia porque se lava. Toda esa agua la ocupamos para el baño y para lavar el piso, ya cuando cae limpia es paralavar.”

“A mí me gustaría a veces por un ratito, no tanto tiempo, ver cuánto tiempo aguantaría el señor presidente viviendo como nosotros, nada más para que vea que de verdad hacen falta muchas cosas” continúa Sonia, “ellos no carecen de nada, pero luego yo veo que dicen ´yo me pongo en el lugar de ustedes´ ¿cuándo? ¿A ver el señor presidente que viniera a vivir esto?”

Los mantos acuíferos del Valle de México contribuyen el 70% del abasto de agua en la ciudad, mientras que el sistema Lerma-Balsas el 9%, el sistema Cutzamala el 21% y los pocos manantiales que existen en el Valle de México, proveen sólo el 2.5% del agua que se provee. El 40% de toda el agua que circula en la red de distribución de agua de la Ciudad de México se pierde entre fugas, mal mantenimiento de las tuberías y conexiones ilegales. Se estima que este volumen de agua sería suficiente para proveer del servicio a 4 millones depersonas.5

Seis horas de agua a la semana.

A cuatro kilómetros de distancia se encuentra San Gregorio Atlapulco – en náhuatl “donde revolotea el agua” – y algunos de los canales y chinampas que le dieron ese nombre hoy convertido en paradoja, resisten entre el concreto que se expande con la urbanización. Los pobladores de las partes más altas de Atlapulco esperan con incertidumbre el servicio del agua que llega a sus casas una vez por semana, cuando se enciende la bomba que funciona por unas seis horas, sin día ni horario definido.

Giuliani es originaria de Tlahuelipan, Hidalgo. Llegó a San Gregorio hace 12 años, y desde entonces acceder al agua representa una tarea difícil para ella y su familia. En su casa viven nueve niños y seis adultos, cinco de ellos desde el 19 de septiembre, cuya casa perdieron en el sismo de 7.1 que sacudió a la Ciudad de México y dejó a la colonia como una de las zonas más afectadas de la capital del país.

“Cuando viene al agua apartamos lo que se puede apartar y por eso tenemos aquí todos los botes, por ejemplo mi cuñada tiene dos tinacos y arriba del baño hay dos y otro que tiene abajo. Entonces se llenan los tinacos y luego ya los tambos que tenemos para lavar la ropa, para limpiar y para los trastes” comenta Giuliani, “es potable la que viene porque es de un manantial, no tiene mal sabor.”

Los hijos de Giuliani van y vuelven dentro de la casa, revisando los tambos que llenan con el agua que corre de la llave, uno tras otro con cuidado para no desperdiciar ni una gota. En

cuanto se llenan los recipientes que la familia ya calcula por semana, cierran la llave para que ésta llegue con más potencia a las casas que viven a más altura. “Ya le calculamos pero se alcanza a acabar, porque de que se acaba el agua, se acaba. No se habla como tal pero es cuestión de conciencia entre vecinos. Si ya tengo el agua que necesito, la cierro para que llegue hasta allá arriba. Si se llega a regar porque alguien la deja abierta, todos pegamos de gritos y les vamos a tocar”, cuenta mientras revisa uno de los tambos que se llena lentamente con la manguera.

En casa de Giuliani la regadera está conectada al tinaco, y el tiempo de baño dura solo lo suficiente para que no se desperdicie ni un litro que no sea necesario. La lavadora comienza con una tanda de ropa blanca, con el agua que vuelve a utilizarse en otras tres tandas de ropa, y terminar en un tambo que se usará para el baño. “Si nos alcanza a la semana”, afirma, “es porque ya nos enseñamos a ahorrarla”.

Un viejo letrero en la esquina de su casa convoca a los vecinos a una segunda reunión, si no acuden, dice ahí, se les cortará el agua. Y es que el agua la regulan los vecinos organizados en un comité con presidente, secretario y tesorero que se encargan de encender la bomba y de recoger la cuota que se necesita para reparar la bomba cada vez que se quema un fusible. Este año pagaron tres entre los vecinos. El apoyo de la Delegación Xochimilco consistió en construirle un techo a la bomba que instaló hace dos años.

La temporada de lluvias es diferente para Giuliani y su familia. El agua que cae con cada lluvia pasa por el Tlaloque que instaló Isla Urbana en mayo, y llena su cisterna con agua que presumen más limpia que la de la llave. Ahí almacena litros como los que aliviaron a su familia y vecinos durante el sismo, cuando todo el centro de Atlapulco que quedó sin agua y las pipas sin caminos para abastecer a las familias durante un mes.

En 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció el derecho humano al agua y al saneamiento “reafirmando que un agua potable limpia y el saneamiento son esencial es para la realización de todos los derechos humanos”. Por lo tanto,l os Estados están obligados a proporcionar recursos financieros, capacitación y transferencia tecnológica para que el agua sea accesible y asequible para todos.

El problema de acceso al agua en comunidades que han quedado marginadas del sistema convencional de distribución de agua en la Ciudad de México, como Tehuixtitla, Tetacalanco y San Gregorio Atlapulco en Xochimilco, son el reflejo de una respuesta fallida del Gobierno de la Ciudad de México a las necesidades básicas de la población urbana y rural de ciudad. Y al agua como derecho humano.

La cotidianidad de quienes viven sin acceso al agua responde a una realidad donde el consumo consciente y responsable del agua es una cuestión de supervivencia. Una realidad que ya se extiende en la Ciudad de México, tapizada con techos que pueden ser una alternativa necesaria, para aprender a cosechar el agua antes de tener que aprender a vivir sin ella.

1 “El derecho humano al agua” Programa de ONU-Agua para la Promoción y la Comunicación en el

marco del Decenio (UNW-DPAC) [http://www.un.org/spanish/waterforlifedecade/human_right_to_water.shtml]

2 “Agua urbana en el Valle de México”,BancoMundial/CONAGUA(2013)[http://aneas.com.mx/wp-content/uploads/2015/06/Agua-Urbana-en-el-Valle-de-Mexico.pdf]

3 Tortajada, Cecilia, “Water Management in Mexico City Metropolitan Area” en Routledge , Water Resources Development, Vol. 22, No. 2, 353–376, June 2006.

4“Elderechohumanoalagua”ProgramadeONU-AguaparalaPromociónylaComunicaciónenelmarcodelDecenio(UNW- DPAC)[http://www.un.org/spanish/waterforlifedecade/human_right_to_water.shtml]

5 Tortajada, Cecilia, “Water Management in Mexico City Metropolitan Area” en Routledge , Water Resources Development, Vol. 22, No. 2, 353–376, June 20

El Bosque de Agua: ¿qué es y por qué te importa?

Este texto forma parte de una serie de contenidos sobre el agua en la Ciudad de México, los cuales son realizados por Isla Urbana con el apoyo de Oxfam México.

Cuando los habitantes de la CDMX pensamos en “bosque”, nuestra mente se transporta a alguna zona fuera de la urbe. Y cuando pensamos en agua potable nos viene directamente a la mente un garrafón de plástico, una llave por la que sale o una botella de PET. Pero ¿qué relación existe entre estos tres elementos tan aparentemente disímiles entre sí “bosque, CDMX y agua”? Mucho más de lo que nos podemos imaginar.

Sabemos que la capital del país era antes un inmenso valle lleno de lagos que en algún momento se volvieron ríos y más tarde aguas negras entubadas. También sabemos que las más de 22 millones de personas que actualmente habitamos este espacio consumimos agua para nuestra vida cotidiana; de hecho se habla de que nuestro consumo de agua per cápita es uno de los más altos a nivel mundial: 300 litros al día, según datos oficiales. Resulta difícil imaginar las dimensiones de agua que se necesitan para cubrir la necesidad de agua de tal cantidad de gente.

Como bien se sabe, del 100% del agua que se utiliza en la ciudad, el 70% se extrae del acuífero del Valle de México y el 30% se bombea a través del Sistema Lerma-Cutzamala. Ya una vez en la red de distribución de agua potable perdemos el 40% en fugas, una verdadera locura y despilfarro de recursos naturales y económicos.

Pero, regresando al tema de las fuentes de extracción de agua para la ciudad, sabemos que el acuífero es nuestro principal punto de abasto; se especula que lo estamos sobreexplotando a un 200% —aunque, de hecho, hay quienes hablan de cifras más altas– y lo que queda claro es que la cifra no se sabe a ciencia cierta, lo cual resulta también una verdadera falta de conocimiento del estado de la cuestión, un elemento básico para saber de dónde partir para dar solución. Lo anterior significa que, por cada dos litros que extraemos, únicamente reingresa un litro al acuífero: algo que, resulta sencillo deducir, no es para nada sostenible.

Pero vayamos aún más a la raíz del tema y hagámonos un par de preguntas clave: ¿qué pasaría si, en lugar de ingresar un litro al acuífero, ingresaran cero litros? Y la siguiente: ¿cómo y a través de dónde ingresa el agua a este contenedor gigante del que sacamos nuestra preciada agua? Es aquí donde resulta pertinente y urgente hablar del poco conocido, e imprescindible para nuestra subsistencia, Bosque de Agua.

El Bosque de Agua, como ha sido bautizado de manera acertada, es una de las zonas boscosas con mayor megadiversidad en flora y fauna del país, la cual recorre desde el Tepozteco, la Sierra del Chichinautzin y las Lagunas de Zempoala, hasta el Ajusco, el Desierto de los Leones y la Sierra de las Cruces. Esta extensión conformada por zonas de árboles y pastizales, cuenta con 235,000 hectáreas de superficie, las cuales se encuentran amenazadas por tres ciudades que no paran de crecer: Cuernavaca, Ciudad de México y Toluca.

¿Pero en qué se relaciona este espacio con el agua que consumimos en la CDMX? La lluvia que cae en esta área natural se infiltra a los mantos freáticos y más adelante, como ya se mencionó, al acuífero del que extraemos el 70% de nuestro consumo cotidiano. Es decir, imaginemos que el agua de la ciudad, como en muchas de nuestras casas, se guarda en una cisterna, en el caso de la urbe es el acuífero, y como toda cisterna se llena a través de una fuente externa, en el caso de una vivienda podría ser la red de agua potable o una pipa de agua que vierte el líquido en el contendor.

Ahora imaginemos que a dicho contendor le vamos construyendo poco a poco una tapa impermeable que comienza a impedir el acceso del agua para su refill… ahora pensemos que esto es lo que sucede con el crecimiento de la mancha urbana y la construcción de viviendas y pavimentación en estas zonas boscosas las cuales se han visto reducidas en un 40% en los últimos 30 años.

En términos de supervivencia –como debemos comenzar a pensar el tema del abasto de agua en la ciudad–, tenemos que considerar la deforestación, el uso de agroquímicos y la urbanización en la zona del Bosque de Agua como una autocondena del día cero en el que nos quedaremos sin agua.

El video que presentamos en esta entrega de Historias de Agua El Bosque de Agua. ¿Qué es y por qué te importa? habla de la gran importancia que tiene el bosque para desarrollar nuestra vida diaria, un espacio vital y hermoso del que poco sabemos y que mucho menos visitamos, tenemos que cambiar eso, darlo a conocer, presentárselo a la ciudadanía para que valore lo que tiene, y de paso propiciar que salgamos a conocerlo para respirar aire fresco y estar en contacto con la naturaleza que tanta falta nos hace.

El Bosque de Agua: ¿qué es y por qué te importa?

Imaginar que un día la Ciudad de México se queda sin agua en su totalidad sobrepasa cualquier panorama catastrófico que nos podamos plantear, quizá por eso no hablamos del tema como se debería ni queremos conocer realmente el estado del problema; tal vez por esto evadimos como ciudad que tenemos un inmenso elefante en la habitación.

A través del sistema de bombeo y potabilización de agua Lerma Cutzamala, ingresa el 25% del líquido que consumimos en la CDMX, el cual traemos desde Michoacán y el Estado de México. Esta mega obra de infraestructura hidráulica es una de las más grandes en su tipo a nivel mundial, un sistema que en algún momento se utilizó para generar energía eléctrica, ahora es un monstruo que consume cantidades dantescas de electricidad. Dicho sistema bombea en promedio 16m3 de agua por segundo, es decir, 16 tinacos de 1,000 litros cada que avanza el segundero en el reloj –de esos tinacos negros que adornan la parte alta de las casas en nuestro paisaje urbano.

Pero más allá de hablar de cantidades, cosa que se puede observar en la pieza audiovisual que presentamos en esta ocasión, hablemos de lo dependientes que somos los habitantes de esta mega urbe de esta fuente de abasto de agua que resulta insostenible y que, aunque no lo parezca, es sumamente vulnerable y, por ende, también nosotros.

Como toda infraestructura que se encuentra en constante funcionamiento, ésta requiere que se le de mantenimiento y se le vayan añadiendo elementos que la hagan más eficaz y robusta. Sin embargo, realizar este tipo de maniobras en la infraestructura que bombea casi la tercera parte del agua que consume una ciudad como la de México, implica dejar sin agua a millones de habitantes durante varios días.

Pero como bien dicen, siempre hay algo que aprender de las malas experiencias. En este caso lo que podemos sacar del #MegaCorteDeAgua es el golpe con la realidad que nos deja quedarnos sin agua por algunos días. Esto lo podemos tomar como un simulacro -así como los que hacemos para prepararnos para los sismos- de lo que sucedería si nos quedamos sin este 25% de abasto de agua que nos brinda el Cutzamala. Un ejercicio nada despreciable si se considera que, según las propias predicciones de CONAGUA, para 2030 tenderemos que encontrar el abasto para el 27% del abasto actual; es decir, prácticamente la misma cantidad que traemos a través de este sistema.

Pero ¿qué haces cuando te quedas sin agua en casa? Las reparaciones y adecuaciones que se llevan a cabo en el sistema nos obligaron a realizar este lúdico ejercicio en el que tenemos que tomar cartas en el asunto. Ante esta situación, un gran porcentaje de los habitantes de la ciudad entramos en un estado de alerta, hubo que apartar agua en cubetas, tambos, garrafones y jarras y prepararnos para cuando iniciara el corte. Una vez que se arrancó hubo que bañarse en la menor cantidad de tiempo, con la menor cantidad de agua, o de plano no bañarse; acumular las “pipís” en el escusado hasta que el olor ya no nos permitiera seguir orinando en lo que antes era agua potable; dejar de lavar ropa y los trastes; no poder regar jardines, jardineras y plantas; poner atención en cuánta agua están gastando las personas con quienes compartimos cisterna. Se prendieron los focos rojos del agua, nos hicieron pensar en lo que pocas veces nos gusta reparar: el agua es completamente necesaria para cualquier actividad humana y, más fuerte aún, se puede acabar… Se nos va a acabar.

Si durante este corte de agua sentiste frustración por la cantidad limitada de agua con la que contaste o si tuviste que cambiar hábitos de tu vida cotidiana, estás en el camino correcto para tomar mayor conciencia sobre la importancia de cuidar el agua en tu día a día y, por lo tanto, llevar a cabo cambios en tu consumo y uso del líquido de manera permanente y no sólo durante los días de corte. Eso está bien, no sólo pensando en ti, sino pensando en todos los que aquí vivimos. Porque cuando hablamos de agua en una ciudad como la nuestra, no podemos verlo en términos de individuos: lo debemos ver como conjunto de millones de personas que nos abastecemos de las mismas sobreexplotadas fuentes de agua de las que se abastecen nuestras casas.

Sin duda, el #MegaCorteDeAgua sirve como una sensibilización obligatoria para entender cómo viven 10 millones de personas en México, quienes viven con un índice alto y muy alto de precariedad hídrica. Es un ejercicio que, si no nos hace cambiar de hábitos y exigir que el agua se cuide y reutilice, que la lluvia se capte e infiltre y que nuestros bosques se preserven y crezcan, dejará de ser una situación de algunos días y se convertirá en una situación permanente; una que dejará de ser un mero simulacro y que, así como cuando aconteció el temblor del 19 de septiembre del año pasado, la simulación nada tendrá que ver con la dura y seca realidad.

Emerger del concreto: los ríos olvidados de la Ciudad de México

Vivimos en una ciudad que se fundó en un valle donde el agua era abundante: 45 ríos –hay quienes plantean que eran más– desembocaban en la parte baja, en donde se acumulaba toda esta agua y daba forma a los cinco lagos en los que se asentaron los antiguos mexicas. En temporada de lluvias era tanta la cantidad de agua que se precipitaba que los lagos se fusionaban en un solo cuerpo de agua.

Después de la Conquista de Mesoamérica también llegó la desecación; los europeos estaban acostumbrados a que por sus ciudades corriera agua y no a que ésta se mantuviera estancada, por lo cual optaron por abrir un hueco en el cerro para que el agua se drenara: el Tajo de Nochistongo. Éste fue construido entre los siglos XVII y XVIII y reconocido en su época como una de las obras más importantes y trascendentes en ingeniería hidráulica del continente.

A partir de la construcción del Tajo, el agua que antes desembocaba en los lagos comenzó a correr a través del valle y ser expulsada al río Tula, en Hidalgo. Durante casi 200 años los ríos corrieron a cielo abierto por la Ciudad de México. Sin embargo, con el aumento de la población y el mal manejo de los desechos, los cuerpos de agua se convirtieron en fuentes de suciedad y peste al recibir todas estas descargas, por lo cual fueron entubados como una medida sanitaria urbana. Con el entubamiento de los ríos se cristalizó el conflicto histórico entre los habitantes, los gobiernos de la capital de México y el agua. Hasta el día de hoy, a pesar de que sufrimos por su carencia, seguimos sin saber muy bien cómo gestionar el agua para aprovechar la abundancia que nos brinda el espacio que habitamos.

En esta Historia de Agua quisimos dar a conocer un caso en el que se intentó rescatar un río moribundo de nuestro valle, el Río Magdalena. Fue un esfuerzo que sumó las intenciones del Gobierno de la Ciudad de México, la Secretaría de Medio Ambiente, academia, actores de la sociedad civil y algunos habitantes de la urbe; sin embargo, nunca se logró concretar el rescate. De esta experiencia nos surgen varias preguntas: ¿qué se debe hacer para lograr un rescate efectivo de un río en la ciudad? ¿es posible? ¿qué papel juegan el gobierno, la ciudadanía y los especialistas?

En esta cuarta entrega de Historias de Agua, el Dr. Manuel Perló investigador de la UNAM y la ex secretaria de Medio Ambiente de la CDMX, Martha Delgado –dos de los actores principales en todo este proceso–, nos platican sobre el proyecto de rescate del Río Magdalena que comenzó en 2006. Nos transmiten la importancia de intentar regenerar un río y la responsabilidad compartida que debe existir para mantener con vida estos cuerpos de agua que atraviesan nuestra ciudad.

Una de las principales conclusiones que tomamos de esta indagación es que el papel que juega la ciudadanía en el rescate de los ríos urbanos es medular. Como ciudadanos nos toca exigir al gobierno una adecuada rendición de cuentas en la implementación de estos proyectos, así como estar dispuestos a ceder parte de nuestros espacios y modos de vida. Revivir nuestros ríos nos beneficia a todas y a todos; conseguirlo sería un indicador de que podemos lograr la regeneración de nuestros entornos ambientales, aludiendo a una toma de conciencia medioambiental que mucha falta nos hace.

Emerger del concreto: los ríos olvidados de la Ciudad de México

Vivimos en una ciudad que se fundó en un valle donde el agua era abundante: 45 ríos –hay quienes plantean que eran más– desembocaban en la parte baja, en donde se acumulaba toda esta agua y daba forma a los cinco lagos en los que se asentaron los antiguos mexicas. En temporada de lluvias era tanta la cantidad de agua que se precipitaba que los lagos se fusionaban en un solo cuerpo de agua.

Después de la Conquista de Mesoamérica también llegó la desecación; los europeos estaban acostumbrados a que por sus ciudades corriera agua y no a que ésta se mantuviera estancada, por lo cual optaron por abrir un hueco en el cerro para que el agua se drenara: el Tajo de Nochistongo. Éste fue construido entre los siglos XVII y XVIII y reconocido en su época como una de las obras más importantes y trascendentes en ingeniería hidráulica del continente.

A partir de la construcción del Tajo, el agua que antes desembocaba en los lagos comenzó a correr a través del valle y ser expulsada al río Tula, en Hidalgo. Durante casi 200 años los ríos corrieron a cielo abierto por la Ciudad de México. Sin embargo, con el aumento de la población y el mal manejo de los desechos, los cuerpos de agua se convirtieron en fuentes de suciedad y peste al recibir todas estas descargas, por lo cual fueron entubados como una medida sanitaria urbana. Con el entubamiento de los ríos se cristalizó el conflicto histórico entre los habitantes, los gobiernos de la capital de México y el agua. Hasta el día de hoy, a pesar de que sufrimos por su carencia, seguimos sin saber muy bien cómo gestionar el agua para aprovechar la abundancia que nos brinda el espacio que habitamos.

En esta Historia de Agua quisimos dar a conocer un caso en el que se intentó rescatar un río moribundo de nuestro valle, el Río Magdalena. Fue un esfuerzo que sumó las intenciones del Gobierno de la Ciudad de México, la Secretaría de Medio Ambiente, academia, actores de la sociedad civil y algunos habitantes de la urbe; sin embargo, nunca se logró concretar el rescate. De esta experiencia nos surgen varias preguntas: ¿qué se debe hacer para lograr un rescate efectivo de un río en la ciudad? ¿es posible? ¿qué papel juegan el gobierno, la ciudadanía y los especialistas?

En esta cuarta entrega de Historias de Agua, el Dr. Manuel Perló investigador de la UNAM y la ex secretaria de Medio Ambiente de la CDMX, Martha Delgado –dos de los actores principales en todo este proceso–, nos platican sobre el proyecto de rescate del Río Magdalena que comenzó en 2006. Nos transmiten la importancia de intentar regenerar un río y la responsabilidad compartida que debe existir para mantener con vida estos cuerpos de agua que atraviesan nuestra ciudad.

Una de las principales conclusiones que tomamos de esta indagación es que el papel que juega la ciudadanía en el rescate de los ríos urbanos es medular. Como ciudadanos nos toca exigir al gobierno una adecuada rendición de cuentas en la implementación de estos proyectos, así como estar dispuestos a ceder parte de nuestros espacios y modos de vida. Revivir nuestros ríos nos beneficia a todas y a todos; conseguirlo sería un indicador de que podemos lograr la regeneración de nuestros entornos ambientales, aludiendo a una toma de conciencia medioambiental que mucha falta nos hace.